miércoles, 12 de octubre de 2011

Gimnasio

Me he anotado a un gimnasio. Si amigos, yo no quería porque siempre he defendido la teoría de que el tamaño del bíceps masculino es inversamente proporcional al tamaño del cerebro, pero ante la insistencia de mis concubinas que insistían en que el tamaño de mi barriga estaba creciendo a un ritmo anormal y después de tener que realizar un desembolso económico en varios pantalones, cedí.

Cogí mi Vespa y me acerqué a varios gimnasios para conocer sus precios. Todos muy caros excepto uno, que gracias a Dios está en el camino del trabajo a casa, tu gimnasio debe estar o cerca de tu casa o cerca de tu trabajo.

Hice mi inscripción y cuatro días después me acerqué por allí. Me presentaron a un monitor cuadrado que con una sonrisa falsa me dio la bienvenida y me preguntó a qué iba. Os confieso que estuve a punto bajar corriendo al vestuario, llamar a alguna de mis concubinas y pasarle el teléfono al visigodo. ¿A qué va uno al gimnasio?.

Siento decir que en este último punto estaba equivocado. A un gimnasio puedes ir a: 1- ganar volumen, opción que descarté de inmediato debido a mi metro noventa porque no me gustaría parecer un armario, 2- definir musculatura, la más atractiva, 3- ponerse en forma y por último la clásica de bajar de peso (esta es para ignorantes e incrédulos).

He descubierto también que existen varios tipos de monitor: 1- El profesional: suele tener ya unos años a sus espaldas y se intuye que su cuerpo fue otra cosa hace unos años. Es el típico pesado que te está continuamente corrigiendo las posturas. 2- El cachas: tipo joven que lo único que hace es dar vueltas por el gimnasio para que la gente lo vea y que te mira con cara de pocos amigos cada vez que le preguntas como se hace un ejercicio. 3- El guapo: su misión es darle conversación a las chicas para que duren más de quince días en el gimnasio.

Dos días después de que los tres monitores me obligaran a sudar durante una hora y media alternando bicicletas estáticas, remos, steps, elípticas, cintas andadoras y series de abdominales, me diseñaron una rutina de ejercicios que debería hacer durante una temporada antes de pasar al siguiente “nivel”. Una vez iniciada la rutina disponía de más tiempo libre entre ejercicio y ejercicio, tiempo que dediqué al cotilleo, esto es, escuchar las conversaciones de los demás. Y fue ahí cuando empecé a confirmar mi teoría.

He escuchado de todo, musculitos que narraban a sus contertulios como le habían soltado dos guantazos a un tío el sábado por la noche o pseudos-futbolistas que explicaban con todo tipo de detalles como casi le rompen la pierna a un contrincante cuyo mayor delito fue hacerle un caño (pasarle el balón entre las piernas).

No creáis que me sorprenden estas conversaciones pues a estas alturas tras haber consumido horas y horas de televisión y proceder del extrarradio de mi ciudad ya he escuchado de todo. Lo que me sorprende es la naturalidad con la que cuentan sus andanzas. Ahí, en el medio del gimnasio o del vestuario a todo volumen como si quisieran que les oyese todo el mundo y no sólo sus amigos.

En todos estos meses no he escuchado ni una sola conversación sobre libros, cine o política, hasta aquí todo normal, pero lo que colmó el vaso de mi paciencia fue una situación que se repitió varias veces. Gracias a Dios uno de los monitores tiene gusto musical y de vez en cuando intenta colocar uno de sus dvd’s musicales para ambientar la sala. Ha puesto vídeos de Pink Floid, Springsteen, ACDC, Pearl Jam,… y acto seguido una serie de individuos empiezan a protestar porque no les gusta, dicen que prefieren los vídeos de David Guetta, Pit Bull u otro cualquiera de esos “músicos”. Y yo me pregunto: ¿Hay mejor banda sonora que Metallica para contar como le has abierto la ceja a un pijo?.

Todo esto me ha llevado a tener que echar mano de mi infrautilizado mp3 para aislarme y deambular por el gimnasio.

¿Y ahora qué?. Pues al no escuchar las apasionantes conversaciones de mis compañeros de gimnasio no me queda otra que mirar. ¿A dónde se dirigen mis miradas?. Creo que algunos conocéis de sobra mi naturaleza y no lo voy a ocultar. Sí amigos, a las tías. No hay gran cosa la verdad, pero no me queda otra.

Aquí me asalta una duda. ¿Por qué algunas tías se ponen wonderbra para ir a hacer ejercicio?. Miento, me asaltan dos dudas ¿Por qué las pijas se ponen wonderbra para hacer ejercicio y las punkis se ponen sujetador de leopardo para ir a los festivales?.

Después de todo esto sólo deciros que mi barriga sigue siendo casi la misma y aparte del desembolso en pantalones, he tenido que hacer otro en camisetas y camisas porque ahora la que ha crecido ha sido mi espalda. En fin…

PD: Es duro ser un santo en el gimnasio.



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