Cruzo la puerta.
La máquina expendedora de muerte da gracias por vender una pequeña dosis.
La máquina expendedora de vicio juega con un oriental sentado en un taburete con las piernas cruzadas.
La cafetera silva calentado el recipiente de acero lleno de leche.
El camarero aporrea el cajón de los residuos de café molino..
Los croissants y magdalenas en su celda de cristal.
Los diarios amontonados en su esquina de la barra excepto uno en el que un cliente busca por enésima vez si ha tenido fortuna en el sorteo semanal.
La máquina emisora de imágenes vacías sintonizada en un canal de deportes.
Dos clientes bebiendo zumo de uva fermentado discuten de política.
Otro a su lado tomando un café los soporta.
Entra un comerciante africano con mercancía ilegal y la muestra a los inquilinos pasajeros del bar. Nadie compra.
Lo reconozco, yo, ni miro la mercancía.
Todo sigue igual pero me falta algo.
Algo en mi hábitat que son los bares no está.
Un bar sin humo no es un bar.